De base, los humanos somos muy parecidos: tenemos un cuerpo, respiramos, comemos, dormimos y aprendemos, pero también somos muy diferentes: algo en nuestro cuerpo puede no funcionar bien, tenemos diferentes gustos para satisfacer nuestras necesidades y estas también varían de persona en persona.
La educación inclusiva es un tema al que se le ha dado mucha relevancia en los últimos años, incluso llegando a crear legislación al respecto como la Ley de Inclusión o la Ley de Autismo. Algunas personas dicen que es una “moda” o una “exageración”. Lo anterior, me hace pensar en cómo se trabaja en contextos educativos, cómo nosotros, quienes trabajamos en educación, no somos más que facilitadores del derecho a educación que tienen los niños y niñas en Chile, derecho que se garantiza universalmente y equitativamente. ¿No es nuestra obligación entonces, en el ejercicio de nuestra labor, poder ser capaces de llegar a todos y todas? Yo creo que sí, es nuestra obligación y desde esta mirada el capacitarse es clave para poder abordar y comprender a la gran variedad de estudiantes que cruzan nuestras aulas e, insisto, garantizar su derecho a la educación.
Si no entendemos el “por qué” de las cosas, ya sea desregulación, inatención, desmotivación, indiferencia u otra, difícilmente encontraremos un “cómo” para solucionarlas y, para esto, el seguir en constante aprendizaje y formación es necesario para poder brindar a cada estudiante lo que necesita.
Tampoco podemos olvidar que somos agentes de cambio. Tenemos el poder de generar cambios positivos en las personas a través de las aulas; podemos convertirnos en ese profesor o asistente que algún estudiante recuerde con cariño por darle atención, por tener en cuenta sus necesidades, por hacer los cambios necesarios para que se desarrollara en su máximo potencial ¿a quién no le gustaría eso? yo sé que a mí sí y elijo ser un puente.
